lunes, 7 de junio de 2010

Huelga de los empleados públicos

Para garantizar los servicios mínimos (¡20% del profesorado!), la dirección del instituto ha preguntado hoy al claustro quiénes no pensaban secundar la huelga de mañana. Con diligente prontitud, casi diría fruición, levantó la mano una inmensa mayoría de sus aproximadamente cincuenta miembros. No creo que fuésemos más allá de cinco o seis los que no lo hicimos, bien por no querer manifestar su intención, bien porque pensamos apoyar la huelga. Lo extraño de todo este asunto es que prácticamente la totalidad de los que mañana van a ir a trabajar muestran un absoluto rechazo a las medidas del Gobierno. Las razones de esta aparente contradicción son variadas y pueden ser muy respetables o no (desde resistirse a sacrificar otra porción del sueldo hasta el cabreo por la actuación de los sindicatos durante la crisis, pasando por la asunción fatalista de la inevitabilidad del recorte), pero lo cierto es que la lectura de lo que acaso sea un fracaso de la convocatoria sindical puede consistir (muy legítimamente, por cierto) en que la mayoría de los funcionarios comprende la necesidad de las medidas. Y además, si consideramos lo de mañana un ensayo de la huelga general, supondrá una merma de la fortaleza de los sindicatos en sus posiciones negociadoras. En cualquier caso, podemos preguntarnos hasta qué punto los que no secunden la huelga estarán a partir de entonces legitimados para reprochar a los sindicatos su actitud complaciente o entreguista con el Gobierno.

Termino con un apunte sacado de una crónica del corresponsal parisino de El País: los sindicatos franceses han organizado varias protestas contra la intención del Gobierno de Sarkozy de reformar las pensiones y retrasar la edad de jubilación, que en Francia está en los 60 años. Preguntado uno de los participantes qué pasaría si se recortase el sueldo a los funcionarios un 5%, su respuesta fue fulgurante: “¡Eso sería la guerra!”.

Me temo que el saldo de la primera batalla sindical seria en el Estado español contra el giro brutalmente neoliberal de la política del Gobierno -al margen de su carácter de imposición europea asumida con mayor o menor convicción- va a sumirnos a muchos en la melancolía. Espero equivocarme.