viernes, 30 de noviembre de 2012

"Perverzión" de Yuri Andrujovich


Orfeo en Venecia
En Moscoviada, escrita en 1993, el ucraniano Yuri Andrujovich propuso una fábula sobre el colapso del imperio soviético que culminaba en un descenso alucinatorio a las cloacas de la Lubianka, vale decir, a los infiernos de un Estado policial que ya solo podía ofrecerse como el sucedáneo irreconocible de ese sujeto histórico revolucionario que un día quisiera encarnar. En el recurso a la torsión paródica y a las inflexiones fantástico-grotescas para dar cuenta de la andanzas moscovitas de un álter ego del autor, el poeta Otto von F., se podía apreciar no solo la sombra tutelar de autores rusos como Gógol o Bulgákov sino la apuesta decidida por estrategias textuales de carnavalización (según la terminología de Bajtin), mediante las cuales construir instancias de resistencia a la hegemonía discursiva del poder autoritario. Revelar, en suma,  su inconsistencia a través de la risa como elemento siempre desestabilizador, pura negatividad que no reconoce más jurisdicción que la de su energía disolvente. 
Cuatro años después, en 1997, publica Perverzión (puesta a disposición del lector en lengua española desde hace unos meses por la editorial Acantilado), que se sitúa históricamente una vez consumada la desintegración de la URSS y cuando ya se habían iniciado los procesos de constitución de nuevos estados surgidos de la centrifugación imperial, entre ellos el ucraniano. Precisamente, la historia (y el futuro) de Ucrania constituye un eje temático no menor del relato, en una tentativa de desentrañar su problemática identidad desgarrada entre lo europeo y lo eslavo, entre el espectro austro-húngaro de la ensoñación mitteleuropea y las ruinas bien reales del derrumbe soviético. También aquí podemos identificar a un trasunto del autor, el poeta Stanislav Perfetski, que abandona Ucrania huyendo de su esposa muerta, en esta ocasión “hacia el Occidente de atentos y delicados crepúsculos”, viaje que termina en Venecia con su presunto suicidio, no sin antes vivir una intensa historia pasional. 
La novela está constituida por los materiales dejados por el poeta en la habitación de su hotel y que su amigo Yuri Andrujovich recopila y ordena para ofrecerlos al público. En una pirueta cervantina, el autor real funge de editor en el interior de la ficción y la enmarca entre un prólogo y un epílogo que ofrecen una contextualización y una guía para la lectura de la variedad de textos que la conforman. Esta orientación lectora queda, de todos modos, relativizada al insertarse en un juego metatextual en el que el autor deviene otro personaje, habitante así de un espacio liminar y borroso donde se superponen los dominios de la realidad y la ficción. En cualquier caso, el resultado es un artefacto complejo en el cual se yuxtaponen modalidades textuales heterogéneas (narración, informes, invitaciones, reportajes, entrevistas…) y diversas voces narrativas. Un laboratorio tumultuoso y carnavalesco donde de nuevo la parodia ensaya formas, modos y figuras en cuya permanente mutación y reconfiguración se cifra el goce de esta “escritura desatada”. Podemos hablar, si es nuestro deseo, de posmodernismo o neobarroco, pero no debemos olvidar que la experimentación, el juego, la hibridación genérica o la metaficción están inscritos en la genealogía de la novela moderna desde sus inicios, en un linaje que enlaza a Cervantes, Rabelais, Diderot o Sterne. 
La participación de Perfetski en un seminario celebrado en Venecia bajo el título de El absurdo poscarnavalesco del mundo: ¿qué hay en el horizonte? sirve al autor para encarnizarse satíricamente en determinadas poses intelectuales o políticas (desde un exasperante trascendentalismo alegorizante hasta el feminismo radical) que tienen en común su vocación reduccionista de la realidad. De fondo, una crisis epocal donde el consumismo y la banalización mediática dibujan los contornos de una sociedad conformista y satisfecha en su inanidad y donde “la existencia se ve desposeída de su eterno dramatismo”; una sociedad, diríamos, ya poshumana. Esa desposesión encuentra en Venecia una resonancia especial: es la trivialización publicitaria en el mercado global del turismo de masas de todo un imaginario en el que Venecia ejercía de reservorio pulsional donde amor y crimen intercambiaban sus máscaras y el decadentismo mortuorio cruzaba sus caminos con el drama pasional, el vaciamiento de una matriz simbólica en la que la herencia cultural y artística de Europa se miraba en el espejo turbio y fascinante de Oriente.
Si una constante en la obra del ucraniano es la apelación a la figura de Orfeo como clave estructural de su lectura, en Perverzión, entre los excesos escénicos de la ópera buffa Orfeo en Venecia, Perfetski asume conscientemente la identidad del mito. Para Andrujovich, Orfeo encarna al poeta en tanto que mediador con el misterio, custodio de una verdad que huye de los escenarios sociales colonizados por el simulacro. En el enigma de su desaparición final se manifiesta su condición última y radical: la de una voz ausente que nos habla después de haber borrado todas sus huellas, extraña al mundo o, como diría Blanchot, “soberanamente irreal”.