Orfeo
en Venecia
En Moscoviada, escrita en 1993, el ucraniano Yuri Andrujovich propuso una
fábula sobre el colapso del imperio soviético que culminaba en un descenso alucinatorio
a las cloacas de la Lubianka, vale decir, a los infiernos de un Estado policial
que ya solo podía ofrecerse como el sucedáneo irreconocible de ese sujeto
histórico revolucionario que un día quisiera encarnar. En el recurso a la
torsión paródica y a las inflexiones fantástico-grotescas para dar cuenta de la
andanzas moscovitas de un álter ego del autor, el poeta Otto von F., se podía
apreciar no solo la sombra tutelar de autores rusos como Gógol o Bulgákov sino
la apuesta decidida por estrategias textuales de carnavalización (según la terminología de Bajtin), mediante las
cuales construir instancias de resistencia a la hegemonía discursiva del poder
autoritario. Revelar, en suma, su
inconsistencia a través de la risa como elemento siempre desestabilizador, pura
negatividad que no reconoce más jurisdicción que la de su energía disolvente.
Cuatro años después, en 1997,
publica Perverzión (puesta a
disposición del lector en lengua española desde hace unos meses por la
editorial Acantilado), que se sitúa históricamente una vez consumada la
desintegración de la URSS y cuando ya se habían iniciado los procesos de constitución
de nuevos estados surgidos de la centrifugación imperial, entre ellos el
ucraniano. Precisamente, la historia (y el futuro) de Ucrania constituye un eje
temático no menor del relato, en una tentativa de desentrañar su problemática identidad
desgarrada entre lo europeo y lo eslavo, entre el espectro austro-húngaro de la
ensoñación mitteleuropea y las ruinas bien reales del derrumbe soviético. También
aquí podemos identificar a un trasunto del autor, el poeta Stanislav Perfetski,
que abandona Ucrania huyendo de su esposa muerta, en esta ocasión “hacia el
Occidente de atentos y delicados crepúsculos”, viaje que termina en Venecia con
su presunto suicidio, no sin antes vivir una intensa historia pasional.
La novela está constituida por
los materiales dejados por el poeta en la habitación de su hotel y que su amigo
Yuri Andrujovich recopila y ordena para ofrecerlos al público. En una pirueta
cervantina, el autor real funge de editor en el interior de la ficción y la
enmarca entre un prólogo y un epílogo que ofrecen una contextualización y una
guía para la lectura de la variedad de textos que la conforman. Esta orientación
lectora queda, de todos modos, relativizada al insertarse en un juego metatextual
en el que el autor deviene otro personaje, habitante así de un espacio liminar
y borroso donde se superponen los dominios de la realidad y la ficción. En
cualquier caso, el resultado es un artefacto complejo en el cual se yuxtaponen modalidades
textuales heterogéneas (narración, informes, invitaciones, reportajes,
entrevistas…) y diversas voces narrativas. Un laboratorio tumultuoso y
carnavalesco donde de nuevo la parodia ensaya formas, modos y figuras en cuya permanente
mutación y reconfiguración se cifra el goce de esta “escritura desatada”. Podemos
hablar, si es nuestro deseo, de posmodernismo o neobarroco, pero no debemos
olvidar que la experimentación, el juego, la hibridación genérica o la
metaficción están inscritos en la genealogía de la novela moderna desde sus
inicios, en un linaje que enlaza a Cervantes, Rabelais, Diderot o Sterne.
La participación de Perfetski en
un seminario celebrado en Venecia bajo el título de El absurdo poscarnavalesco del mundo: ¿qué hay en el horizonte?
sirve al autor para encarnizarse satíricamente en determinadas poses
intelectuales o políticas (desde un exasperante trascendentalismo alegorizante hasta
el feminismo radical) que tienen en común su vocación reduccionista de la
realidad. De fondo, una crisis epocal donde el consumismo y la banalización
mediática dibujan los contornos de una sociedad conformista y satisfecha en su
inanidad y donde “la existencia se ve desposeída de su eterno dramatismo”; una
sociedad, diríamos, ya poshumana. Esa desposesión encuentra en Venecia una
resonancia especial: es la trivialización publicitaria en el mercado global del
turismo de masas de todo un imaginario en el que Venecia ejercía de reservorio
pulsional donde amor y crimen intercambiaban sus máscaras y el decadentismo
mortuorio cruzaba sus caminos con el drama pasional, el vaciamiento de una
matriz simbólica en la que la herencia cultural y artística de Europa se miraba
en el espejo turbio y fascinante de Oriente.
Si una constante en la obra del
ucraniano es la apelación a la figura de Orfeo como clave estructural de su lectura,
en Perverzión, entre los excesos
escénicos de la ópera buffa Orfeo en
Venecia, Perfetski asume conscientemente la identidad del mito. Para
Andrujovich, Orfeo encarna al poeta en tanto que mediador con el misterio,
custodio de una verdad que huye de los escenarios sociales colonizados por el
simulacro. En el enigma de su desaparición final se manifiesta su condición última
y radical: la de una voz ausente que nos habla después de haber borrado todas
sus huellas, extraña al mundo o, como diría Blanchot, “soberanamente irreal”.