lunes, 16 de enero de 2012

"En busca de April" de Benjamin Black

Destellos en la niebla
En busca de April es la cuarta novela de Benjamin Black (seudónimo que utiliza el irlandés John Banville para sus incursiones en la novela negra) y la tercera de las protagonizadas por el patólogo forense Quirke. En ellas, un brumoso y opresivo Dublín de mediados del siglo XX sirve de escenario a unas tramas en las que se desvela el fondo legamoso de los poderes (económicos, religiosos, políticos) que dominan una ciudad por donde se mueve un puñado de personajes cuyas derivas devienen marcadas por la huellas de la soledad, la traición o la culpa.
En esta ocasión es la desaparición de April Latimer, amiga de la hija de Quirke, el motivo de una investigación en cuyo transcurso se arroja una mirada inclemente a la contextura moral de una sociedad en la que la modernidad es solo la máscara frágil de los códigos tribales que la rigen. A través de su pertenencia a una de las familias más poderosas y totémicas de Irlanda (su padre fue una figura relevante de la Guerra de Independencia), se proyecta una luz cruda sobre una comunidad encadenada a su mitología y al culto de los héroes. Lo que emerge es el reverso atroz y obsceno del mito, un lugar terrible donde el padre primordial muerto deviene una sombra castradora y obsesiva que devora a sus hijos.
Por otro lado, la desaparición física del personaje actúa como elemento central de una constelación de significados narrativos trabados alrededor de las ideas concomitantes de ausencia y vacío, de extrañamiento y pérdida. La niebla que envuelve las calles de Dublín (una niebla tan viscosa y pregnante como la que amortaja el Londres de Dickens, y de similar lectura moral) es más que nada la atmósfera existencial de una ciudad donde todos saben de todos, pero nadie conoce a nadie. El enigma no se limita al destino de April, sino que se universaliza hasta convertirse en el medio enrarecido donde se mueven unos personajes esencialmente extraños entre sí, desplazados, evasivos. La silueta cada vez más difuminada y fantasmal de April es solo una más en esta galería de sombras que vagan entre las ruinas del pasado. Sobre ese trasfondo de atonía, los momentos de ruptura de su reclusión emocional cobran una dimensión casi epifánica: esos instantes evanescentes en que de repente las piezas encajan y una rara calma y trasparencia transfiguran la opacidad hostil del mundo.
En su avatar como Benjamin Black, John Banville cumple con desahogo los protocolos del relato policiaco y de la construcción de la intriga, desde la gradación de la información a la eficaz combinatoria de los puntos de vista. Las formulaciones genéricas (que pueden incurrir en algún artificio chirriante) se enriquecen, en todo caso, con la densidad plástica de una escritura que sabe dotar de espesor dramático a lo inanimado en una suerte de transferencia de las turbulencias anímicas de los personajes al mundo objetual o abismar la percepción en restallantes imágenes de estirpe jamesiana (“tuvo en ese momento la sensación de que se acabara de correr una cortina, solo un instante, que le permitió entrever un corredor largo, en penumbra, en el que murmuraban presencias invisibles”).
Leemos en el primer capítulo: “Algunos granos de mica brillaban en el granito de los peldaños; qué raros, esos mínimos destellos, tan secretos bajo la niebla”. Lo que nos fascina en Benjamin Black es, en última instancia, lo mismo que en John Banville: la singularidad de una mirada que nos confronta con la extrañeza de lo real en el acecho de sus furtivos resplandores.