domingo, 8 de diciembre de 2013

"La casa de hojas" de Mark Z. Danielewski



Principio. Hace ya más de cuarenta años Tzvetan Todorov, en un perspicaz análisis de los cuentos de Henry James, estableció un patrón estructural sencillo de su mecanismo generador: la narración como la búsqueda de una causa inicial que se mantiene secreta e inalcanzable. Una ausencia, por tanto, que pone en movimiento una maquinaria narrativa entendida como la persecución de una innombrable fuerza ausente y todopoderosa. Podríamos aplicar este principio constructivo, aunque expandido en una metástasis textual irrefrenable, como modelo analítico básico de esta novela-artefacto que se detiene en la página 709, pero que podría ser virtualmente infinita. Eso sí, si en James el resultado era una escritura complejísima  y sutil en la que cristalizaban las decepciones del deseo y los fantasmas de la represión, en La casa de hojas de Mark Z. Danielewski  la complejidad diegética, la textualidad rizomática y el registro paródico sirven al encubrimiento de (o, si se prefiere, al juego con) la inocuidad del cliché.

“Naturalmente, un manuscrito”. Sustancialmente, la novela se estructura en dos niveles diegéticos básicos. En el primer nivel, el narrador-organizador marco -Johnny Truant, un joven de vida nocturna intensa que trabaja en un salón de tatuajes en Los Angeles-  descubre en el apartamento donde acaba de morir un anciano ciego que se hacía llamar Zampanò una caja repleta de cientos y cientos de páginas cubiertas de “marañas interminables de palabras”. Estas constituirían el segundo nivel  de realidad del texto: un ensayo-ficción sobre una película inexistente titulada El expediente Navidson. Aquí se produce, por tanto, otro desdoblamiento, pues el texto que constituye el grueso de la novela se elabora sobre un imaginario documental fílmico que recoge las experiencias aterradoras de la familia Navidson en la casa a la que se acaban de mudar, cuyo interior anómalo parece abrirse a otro espacio (o un espacio-otro) imposible y de incalculable extensión. Su exploración y esclarecimiento deviene el objeto último de una ficción que, fluctuante entre lo especulativo y narrativo, no cesa de ramificarse en innumerables notas a pie de página en carnavalesca y frondosa imitación de cierta escritura académica.


Topología textual. La topología inestable y enloquecida (diríamos que psicótica) de esa apertura espacial fantasmática de la casa de los Navidson, refractaria a cualquier racionalización geométrica y a la idea de un centro ordenador, se convierte en el modelo de las estrategias textuales puestas en juego: no solo la proliferación de notas a pie de página, que remiten a su vez a otras notas, hasta conformar en ocasiones un inextricable y paródico enredo autorreferencial, sino la propia espacialización del texto, transformando la página en una superficie donde las distorsiones tipográficas, los cambios en la orientación de las líneas o los espacios en blanco materializan las nociones de vacío y laberinto a partir de las que se despliega el discurso. Nada, por otra parte, que no se hubiese experimentado con anterioridad.

Las pretensiones. La casa de hojas es uno de esos textos con vocación de Aleph, que no solo aspira a una representación totalizadora del mundo, sino en cierto modo a usurparlo. Johnny Truant deviene la figura especular del lector que se entrega a la fuerza gravitacional del texto y que, además de organizar el material y ensayar tránsitos de sentido en su multiplicidad descentrada, añade el relato de su deriva obsesiva y su historia personal. O acaso sea el último responsable del universo proliferante del texto, no el custodio sino el creador. Una obra, entonces, voluntariamente abierta y ambigua, cuya fragmentariedad y falta de clausura no quiere ser sino el anverso de una virtualidad expansiva y colonizadora en la que se pretenden diluir los límites (creador/lector, interior/exterior, ficción/realidad, texto/mundo) que organizan y definen la situación lectora habitual.

Los resultados. Tal vez lo más definitorio de la novela sea el efecto óptico de extrañeza provocado por la fricción de su retórica experimental y su ambición intelectual con unos referentes genéricos y unos personajes atrapados en la convencionalidad más inane. Las desventuras de Johnny Truant (sus fugas psicogénicas y logorreicas, la figura ausente y psicótica de la madre), el tratamiento previsible del topos de la casa encantada o la familia Navidson y los manidos conflictos familiares que la desgarran, coagulan en una melaza a veces indigesta, en la que la hibridación discursiva y genérica (escritura ensayística, terror, melodrama familiar, novela de aventuras o digresiones líricas) puede funcionar teóricamente, pero no sostener unos materiales aflictivamente frágiles. Si el esfuerzo arquitectónico desplegado nos puede llevar a admirar a Danielewski como sofisticado diseñador de audaces y mestizas estructuras, en el ejercicio de entramar un mundo novelesco consistente y no meramente derivativo revela sin embargo una preocupante indigencia creativa.