En su anterior novela, A quien corresponda, el argentino Martín
Caparrós ofrecía no solo una revisión de las luchas políticas de los años
sesenta y setenta, enterradas bajo el horror de las torturas y ejecuciones de
la dictadura militar (revisión que a veces discurría por un filo ambiguo no
lejano de la culpabilización de las utopías que las sustentaron), sino sobre
todo una feroz diatriba contra la patrimonialización de la memoria histórica
por parte de una clase política que busca su legitimación a partir de la
apropiación de la figura de las víctimas: se trataría de integrar a los muertos
en una lógica discursiva que los enajena del territorio del conflicto político
para sumarlos al panteón del martirologio cuasi religioso.
Los
Living nace de un campo de preocupaciones e interrogantes no muy
distinto, pero con un violento cambio de perspectiva. De un discurso
confesional inscrito en las confrontaciones por la resignificación del pasado
histórico inmediato, pasamos a un relato autobiográfico en el que la historia generalmente
se retrae a un trasfondo escénico (literalmente, por ejemplo, en esos humos que
en la lejanía del plano dan cuenta metonímica de las turbulencias económicas de
la época de los saqueos), más una atmósfera narrativa que una representación
directa. Ello no invalida en modo alguno la lectura política, que sigue
operando como clave hermenéutica necesaria, pero no la absolutiza, propiciando
una apertura en la que los signos remiten a distintas capas de significación.
Así, la idea de la desaparición, que comparece en la ficción bajo la forma de
la ausencia del padre (muerto en un accidente de tráfico poco después del
nacimiento del hijo), es una referencia central del imaginario político
argentino, desde la muerte de Perón (reveladoramente coincidente con el
nacimiento de Nito, el narrador protagonista) al agujero negro de los
desaparecidos de la dictadura, y se constituye finalmente en el móvil
determinante que desembocará en la pseudoparusía paródica del desenlace. Es en
el pasaje y solapamiento entre los diferentes niveles (biográfico, político,
religioso) donde el texto encuentra su mayor rendimiento interpretativo.
La conciencia de la fragilidad
existencial es una recurrencia que articula la novela: la vida está cercada por
el vértigo de las infinitas “posibilidades de la inexistencia” que la preceden
(y el narrador no puede dejar de demorarse con cierta aprensión en la azarosa
concurrencia de acontecimientos que determinaron el encuentro de sus padres y
su posterior concepción) y el suceso imprevisto que puede cercenarla. El azar
como “fuerza central que gobierna las vidas”, su peso insoportable, nos
enfrenta a la cuestión del sentido. Más exactamente, a la construcción del sentido, que no casualmente se cruza con las
apariciones de dos impostores -el impostor religioso (el pastor Trafálgar) y el
impostor artista (Carpanta)- y se vincula con la obsesión creciente por los
muertos, presentes o futuros. A instancias del primero, y con el objetivo de
aumentar el número de sus fieles, Nito se dedica a anticipar muertes, en una
simulación profética que al tiempo que instila terror también provee de
certeza. El segundo lo embarcará en la invención de los living, apoteosis grotesca y consagración del simulacro,
resurrección de los muertos y posmoderno fin de los tiempos para disfrute de
nuestra sociedad del espectáculo.
La impostura alcanza al mismo dispositivo
autobiográfico: entre los capítulos se intercalan secuencias fragmentadas de
una conversación entre Carpanta y Nito en las que aquel revelará la concepción
de la “Movida Living” y propondrá como parte de su estrategia “armarle una
vida” mediante la elaboración de una autobiografía, en cuyo diseño se inscriba
el movimiento deliberado hacia un “sentido, fin, destino”. Esta torsión recursiva
señala la cuña de una fractura y de una disidencia en el interior de la propia
novela, como si esta volviese la mirada sobre sí misma y quisiese desvelar el
trampantojo que la sostiene.
En todo caso, más allá de la
sutileza y complejidad de su mecanismo enunciativo, la fascinación de Los Living nace de la sabiduría con que
se modulan las transiciones tonales -de la digresión picaresca al pesimismo
irónico o la parodia siniestra y alucinatoria- y de la potencia de una voz narrativa
prodigiosa en su mímesis del registro oral, en su fraseo rítmico, en su
fluencia porteña. De la respiración, en definitiva, de una escritura que desde
el ejercicio disolvente de la duda y la paradoja y el cuestionamiento del
propio espacio discursivo convoca al lector a la intemperie como lugar natural
del pensamiento crítico.
Publicado en El Cuaderno de La Voz de Asturias (08-04-2012)
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