miércoles, 24 de junio de 2009

Algunas notas a propósito de "El comienzo de la primavera" de Patricio Pron




1. La historia comienza con la obsesión de Martínez, un joven profesor argentino de filosofía, por la figura de un pensador alemán próximo al círculo de Heidegger, Hans-Jürgen Hollenbach. Ya desde el primer capítulo se nos provee de las claves de la filosofía de Hollenbach: el llamado “principio de discontinuidad” aplicado a la Historia, que destaca la singularidad del acontecimiento sobre la continuidad de las relaciones entre los hechos históricos, y la afirmación de la voluntad como “única instancia en la que el sujeto se manifiesta en una dimensión que le permite imponerse por sobre los hechos históricos”. Resuenan aquí, a mi juicio, ecos del pensamiento de Carl Schmitt, relevante (más allá de la discusión sobre su compromiso con el nazismo) por su teorización del concepto de “excepción”, asimilable a la “discontinuidad” del ficticio Hollenbach. La "excepción" es esa brecha abierta en el orden simbólico y normativo por el gesto violento que impone la voluntad del Soberano y que despliega así la condición misma de la ley, el espacio de su constitución. La paradoja de ese gesto es fácilmente perceptible, pues la ruptura del orden se convierte en su fundamento negativo, naciendo de este modo la Ley (su misma posibilidad formal) de la “excepción soberana”.


2. La búsqueda del rastro de Hollenbach se convierte para Martínez en algo que trasciende la atracción por su pensamiento o la dilucidación de sus relaciones institucionales y teóricas con el nazismo y materializa una inquisición donde los fantasmas personales e históricos (el pasado de Alemania, pero también el de Argentina, España o de cualquier país con antecedentes totalitarios) se trenzan obsesivamente en la figura huidiza e inapresable de una memoria sofocada y esquizofrénica, en la cual el reconocimiento de la culpa colectiva exime en muchas ocasiones de la asunción de responsabilidades individuales.

Esa pesquisa, transformada en una quête iniciática, se confunde con la búsqueda de un sentido totalizador y mistérico en el que la vida revele su oscuro secreto: “Algo que era como el anillo del nibelungo, como un objeto magnético que lo atrajera irremediablemente, como un dios cuyo culto consistiera en una simple tarea, escribirle cartas, solicitarle el don de poder verlo.”


3. Desde el principio se abren dos planos narrativos que se irán alternando hasta la confluencia final: las indagaciones casi detectivescas del joven argentino y la rememoración que diversas voces -pero fundamentalmente una, la de Uta von Hoffsmanthal, esposa de Hollenbach-, desde las ruinas del presente, hacen de ese pasado “donde se manifestaba la voluntad”. Este segundo plano se inaugura con un gesto formal que se repite cotidianamente: la esposa repasando una y otra vez viejas fotografías, en una reelaboración incesante del pasado a partir de los escasos (y comprometedores) restos visuales que han sobrevivido a la expropiación tras la guerra. Es difícil discernir cuánto hay de complacencia y cuánto de expiación en ese gesto, aunque uno de los interrogantes a que se ve abocado el lector es, precisamente, hasta qué punto es posible expiar desde el presente las culpas del pasado. Si se destruyen los vínculos entre los acontecimientos y la continuidad histórica es denunciada como una ficción creada por el lenguaje, ¿cómo creer en un sujeto invariable y único a través del tiempo y sus manifestaciones?


4. Entre ambos planos se elabora un tejido narrativo de voces y murmullos entrecruzados, un laberinto de huellas textuales, polifónico y descentrado, en el que ese sujeto (y la historia que lo sostiene) aprende a desdibujar los contornos de su identidad. Lo importante aquí es cómo la forma (esa polifonía narrativa de voces confesionales empeñadas en un doble y simultáneo movimiento de ocultación y desvelamiento) se identifica con el contenido (la Historia como figura laberíntica de huellas rastreadas en el presente).


5. El concepto de Historia, pues, se diluye en el de las historias y solo a través de su rumor, a veces incomprensible, confuso o balbuceante, aquella comparece finalmente. La única verdad es la de la ficción y una Teoría de la Historia solo podrá fundarse en una Poética de la(s) Ficción(es). O dicho de otro modo: “Nuestra apreciación de los hechos nunca difiere de la verdad, es la única verdad posible”. Palabras del ficticio Hollenbach.


6. En una escena del relato del pasado una niña, la hija de Hollenbach, se asoma al agujero en que se quiebra la superficie tersa de un lago congelado y allí puede comprobar que el agua que hay debajo está podrida, “que es un sumidero sin vida”. Su madre quiere decirle que “así es como son las cosas”, pero finalmente calla, la aparta y regresan al hogar en silencio.

También aquí la forma es el contenido y de la gravitación semántica con que esa imagen reverbera en la novela se desprende no la menos lúcida de sus enseñanzas: no solo la impugnación de la Historia como un discurso comprensible y apologético en que los acontecimientos se ordenan en una serie homogénea que conduce, inevitable y felizmente, a la culminación del presente, sino la Historia (esa “boca negra del pasado que se abre en la blancura de la nieve como las fauces desdentadas de un anciano que ríe”) como el territorio de un horror cuya emergencia puede irrumpir en el presente inopinada y brutalmente. La epifanía de ese horror adopta múltiples formas. Retengamos dos estremecedoras: el hombre que golpea una y otra vez un saco lleno de gatos recién nacidos contra unos escalones hasta que empieza a oírse el sonido de sus huesos triturados o los cientos de conejos que en el sótano de la universidad se devoran entre sí.


7. “Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas.” (Walter Benjamin)


8. “Se preguntó si el ajuste de cuentas con el pasado que el otro esperaba no había llegado demasiado tarde, si aún importaba lo que Hollenbach, o alguien que había vivido con su nombre hace demasiados años, había hecho. Sintió que sus preguntas acerca de su filosofía, los interrogantes que habían dado comienzo a la búsqueda, que lo habían involucrado en todo este asunto, eran, comparados con el tamaño de sus dudas sobre el pasado, un asunto menor. «¿Por qué?», preguntó finalmente. El anciano depositó con lentitud una palma vacilante sobre la pila de papeles escritos.” (Patricio Pron)

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