miércoles, 18 de mayo de 2011

Poema

Migraciones

I
Miras la planicie,
delicado horizonte invertido,
espejo incoloro del cielo. Se siente
la consagración del tiempo
como una ajena gravidez alada,
algo que ni nos pertenece
ni nos anuncia,
y la conciencia rechaza.
Ni figura ni sonido,
un trazo o una muesca
donde la lentitud
es roce del vacío.

II
Sobre un Sinaí de cristal
se esclarece la soledad del profeta.
Gesticula, invoca, saliva
su enajenada danza
de sílabas febriles. A lo lejos
se ahúsan y adensan en humo
y espiral. Apenas una niebla
que el viajero ignora.

III
Se despliega el firmamento,
yerto azogue incorruptible,
enorme pupila ciega que en vano
asaeteamos. Los niños son aspas
enloquecidas en la penumbra vespertina.
Los mercaderes rodean la carne
sacrificada del buey. Al encenderse las antorchas
todos sentimos la oquedad intolerable
de un ojo muerto.

IV
En el aire de la noche se cruzan
alfabetos diversos, vagabundos signos
que resplandecen ignotos. Efímeros
trenzados de iris, el día disipará
sus aristas de hielo.
Hasta entonces, las bocas durmientes
vivirán en sus antiguos cantos remotos.
Hasta entonces, todo será ceremonia.

V
En el horizonte, la ciudad
es una turbia fosforescencia marina,
inesperado coágulo de la memoria,
rumores y señales inciertas
que el ojo registra con indiferencia.
Las mujeres tienden su aliento;
sumisas a la soberanía del sol, deshacen
los mimbres de la noche.
El olvido es la cálida hogaza
que nos alimenta.

VI
Hoy la claridad es un útero de cristal
en el que flotan tribus y caballos.
Ninguna música
salvo el tiempo lento
de las pezuñas.

VII
Asentimos al soplo
que confunde nuestras huellas.
Un cuño de sal graba los archivos
de custodios y jueces, pero
somos la tinta desleída, la humedad
que en los márgenes imagina
animales heráldicos
y sombras rampantes. Fuimos
tamiz del sueño
, conjetura
del aire entre las dunas.

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