lunes, 9 de abril de 2012

"Los Living" de Martín Caparrós


En su anterior novela, A quien corresponda, el argentino Martín Caparrós ofrecía no solo una revisión de las luchas políticas de los años sesenta y setenta, enterradas bajo el horror de las torturas y ejecuciones de la dictadura militar (revisión que a veces discurría por un filo ambiguo no lejano de la culpabilización de las utopías que las sustentaron), sino sobre todo una feroz diatriba contra la patrimonialización de la memoria histórica por parte de una clase política que busca su legitimación a partir de la apropiación de la figura de las víctimas: se trataría de integrar a los muertos en una lógica discursiva que los enajena del territorio del conflicto político para sumarlos al panteón del martirologio cuasi religioso.
Los Living nace de un campo de preocupaciones e interrogantes no muy distinto, pero con un violento cambio de perspectiva. De un discurso confesional inscrito en las confrontaciones por la resignificación del pasado histórico inmediato, pasamos a un relato autobiográfico en el que la historia generalmente se retrae a un trasfondo escénico (literalmente, por ejemplo, en esos humos que en la lejanía del plano dan cuenta metonímica de las turbulencias económicas de la época de los saqueos), más una atmósfera narrativa que una representación directa. Ello no invalida en modo alguno la lectura política, que sigue operando como clave hermenéutica necesaria, pero no la absolutiza, propiciando una apertura en la que los signos remiten a distintas capas de significación. Así, la idea de la desaparición, que comparece en la ficción bajo la forma de la ausencia del padre (muerto en un accidente de tráfico poco después del nacimiento del hijo), es una referencia central del imaginario político argentino, desde la muerte de Perón (reveladoramente coincidente con el nacimiento de Nito, el narrador protagonista) al agujero negro de los desaparecidos de la dictadura, y se constituye finalmente en el móvil determinante que desembocará en la pseudoparusía paródica del desenlace. Es en el pasaje y solapamiento entre los diferentes niveles (biográfico, político, religioso) donde el texto encuentra su mayor rendimiento interpretativo.
La conciencia de la fragilidad existencial es una recurrencia que articula la novela: la vida está cercada por el vértigo de las infinitas “posibilidades de la inexistencia” que la preceden (y el narrador no puede dejar de demorarse con cierta aprensión en la azarosa concurrencia de acontecimientos que determinaron el encuentro de sus padres y su posterior concepción) y el suceso imprevisto que puede cercenarla. El azar como “fuerza central que gobierna las vidas”, su peso insoportable, nos enfrenta a la cuestión del sentido. Más exactamente, a la construcción del sentido, que no casualmente se cruza con las apariciones de dos impostores -el impostor religioso (el pastor Trafálgar) y el impostor artista (Carpanta)- y se vincula con la obsesión creciente por los muertos, presentes o futuros. A instancias del primero, y con el objetivo de aumentar el número de sus fieles, Nito se dedica a anticipar muertes, en una simulación profética que al tiempo que instila terror también provee de certeza. El segundo lo embarcará en la invención de los living, apoteosis grotesca y consagración del simulacro, resurrección de los muertos y posmoderno fin de los tiempos para disfrute de nuestra sociedad del espectáculo.
La impostura alcanza al mismo dispositivo autobiográfico: entre los capítulos se intercalan secuencias fragmentadas de una conversación entre Carpanta y Nito en las que aquel revelará la concepción de la “Movida Living” y propondrá como parte de su estrategia “armarle una vida” mediante la elaboración de una autobiografía, en cuyo diseño se inscriba el movimiento deliberado hacia un “sentido, fin, destino”. Esta torsión recursiva señala la cuña de una fractura y de una disidencia en el interior de la propia novela, como si esta volviese la mirada sobre sí misma y quisiese desvelar el trampantojo que la sostiene.
En todo caso, más allá de la sutileza y complejidad de su mecanismo enunciativo, la fascinación de Los Living nace de la sabiduría con que se modulan las transiciones tonales -de la digresión picaresca al pesimismo irónico o la parodia siniestra y alucinatoria- y de la potencia de una voz narrativa prodigiosa en su mímesis del registro oral, en su fraseo rítmico, en su fluencia porteña. De la respiración, en definitiva, de una escritura que desde el ejercicio disolvente de la duda y la paradoja y el cuestionamiento del propio espacio discursivo convoca al lector a la intemperie como lugar natural del pensamiento crítico.

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