sábado, 2 de mayo de 2015

Pero...¿quién mató a Monedero? (The Trouble with Monedero)

Todos recordamos la película de Hitchcock "Pero... ¿quién mató a Harry?" ("The Trouble with Harry") cuyas peripecias -extraídas casi literalmente de la estupenda novela cómico-siniestra-feérica de Jack Trevor Story que le sirve de base literaria- se centraban en las dificultades que enfrentaban los personajes de una comunidad aparentemente arcádica para gestionar la aparición repentina del cadáver que da título al film: como bien decía Zizek, "el problema con Harry" consistía en que su cuerpo seguía presente sin haber muerto en el nivel simbólico, por lo que el único desenlace posible era su muerte simbólica con un rito apropiado de enterramiento.
¿No es esto exactamente lo que ha pasado con Monedero? ¿Alguien dudaba que, desde que estalló mediáticamente el no-escándalo del dinero recibido del Banco del Alba, Monedero era un cadáver político que tuvo que ser retirado de la primera línea de atención pública? Por supuesto, se trató de un linchamiento infame, un asesinato en toda regla al que se aplicaron con saña y delectación los medios; en todo caso, Podemos se encontró con su tercero convertido en un cuerpo molesto que exigía perentoriamente las adecuadas exequias. Los que lamentan que la dimisión no se hubiera presentado hace un par de meses, olvidan (o prefieren olvidar) que de haberse producido entonces se estaría reconociendo en cierto modo la pertinencia y justicia de la cacería desatada, esperando sumisa (e ilusoriamente) que entregando su cabeza se saciaría a la fiera. Habría constituido una derrota inapelable ante la narrativa del enemigo y la (injustísima) condena en la picota de uno de sus referentes y promotores intelectuales.
Esperar hasta ahora ha permitido a Monedero preparar su propio funeral con esmero y determinación, inscribiendo su muerte en el territorio simbólico elegido por él: el del intelectual que prefiere mantener su independencia y apartarse de las servidumbres de la política orgánica. Y le permite dejar escrito su propio responso fúnebre: al tiempo, un legado ideológico-estratégico (no olvidemos los orígenes), una denuncia amarga (de las "trituradoras de bondad", dicho con el desprejuiciado y algo empalagoso lirismo marca de la casa) y una reafirmación de su compromiso con el proyecto político y de su amistad con quien ahora lo encarna (nos guste más o menos la expresión, no creo que tal cosa se pueda discutir).
Puede parecer de una pésima inoportunidad a tres semanas de las elecciones, pero creo que -al igual que en el dictum de Churchill sobre la democracia- si era la peor opción, no había ninguna mejor: se concede definitivamente el entierro apropiado y en sus propios términos a "uno de los nuestros" y se desactiva un elemento de desgaste recurrente (la cantinela infecta de la financiación ilegal y la dependencia de Venezuela), al tiempo que Pablo Iglesias se dispone a recuperar algunas de esas esencias olvidadas que reclamaba Monedero a través de una mayor presencia en la calle y en medio de los que están en las distintas luchas. Pues no se olvide que si Podemos sirve para algo en el Estado español es para dar cauce político e institucional a las convulsiones de un cuerpo social extenuado.

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