Roncas eran las voces
de las ranillas al atardecer
allí donde el agua de la alberca, que manaba sin ruido,
relucía en la hierba.
Y rojo estaba el cielo
en los vasos vacíos,
todo un río la luna
en la mesa terrestre.
La tomaran o no nuestras manos,
idéntica abundancia.
Tuviéramos abiertos o cerrados los ojos,
idéntica la luz.
Yves Bonnefoy, Las tablas curvas (Trad. de Jesús Munárriz)
No sé bien por qué me gustó especialmente este poema desde que lo leí por vez primera, tal vez por su tono de depurada nostalgia del instante o por mostrar la plenitud sin alzar la voz, sostenida en su sencilla simetría compositiva y en esa trama sinestésica que nos apresa y nos excluye al mismo tiempo. O por la elegancia de ese decir lírico que cancela al sujeto justo después de haber sido convocado. Sea como sea, en francés debe de sonar aún mejor:
Rauques étaient les voix
Des rainettes le soir,
Là où l’eau du bassin, courant sans bruit,
Brillait dans l’herbe.
Et rouge était le ciel
Dans les verres vides,
Tout un fleuve la lune
Sur la table terrestre.
Prenaient ou non nos mains
La même abondance.
Ouvert ou clos nos yeux,
La mème lumière.
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